Las mujeres totoperas del Istmo de Tehuantepec.

Un zapalote chico (xhuba huiini, en la lengua zapoteca), un maíz criollo y endémico del Istmo de Tehuantepec en Oaxaca, le da un sabor inigualable a sus comidas, y un significado profundo a sus mujeres totoperas

El totopo, una tortilla de origen ancestral, no solo une familias, si no también la tradición de la tierra, de los hornos y sus mujeres, que entre el nixtamal y los bochornos de la región, ejemplifican el concepto de autonomía económica de las mujeres tecas.

La elaboración del totopo es artesanal y hecha exclusivamente por mujeres indígenas istmeñas, como una forma de autoempleo y supervivencia, resultado del intercambio de saberes, pues este conocimiento ha pasado de generación en generación. Este producto es ícono cultural y de autosuficiencia alimentaria para las comunidades en el Istmo de Tehuantepec.

El totopo es de consistencia dorada, de forma circular con un diámetro promedio de 14 centímetros (pueden ser más grandes o más chicos), con pequeños orificios en su superficie; es cocido y deshidratado en horno de barro (comixcal) a temperaturas mayores a los 300°C, libre de conservadores y su caducidad puede ser mayor a un año si se conserva cerrado herméticamente.

Comixcal con totopos. Foto: THP-México.

Para la elaboración del totopo las mujeres deben enfrentar largas jornadas de trabajo en condiciones no siempre adecuadas ni sencillas. Por ejemplo, para el comixcal, utilizan el árbol del mezquite, que es cada vez menos común encontrar en la región, por sobreexplotación. Esta leña es de rápida combustión y el fuego dura más. Por otro lado, como ocurre con las actividades que se llevan a cabo alrededor de hornos de leña, no tienen la suficiente ventilación y las mujeres terminan aspirando ese humo, afectando su salud en pulmones. También, están en contacto con el horno a altas temperaturas, que además de tener una fuente de riesgo en casa por quemaduras, algunas mujeres han presentado artritis y dolores musculares. Si bien es necesario estudiar esto a profundidad, no se pueden negar los riesgos. Otras de las condiciones existentes en las unidades de producción de totopos, es que, en su mayoría, carece de orden y una limpieza adecuada. Por último, las mujeres viven en condiciones de pobreza, algunas son madres solteras, jefas de familia, otras tienen que dedicarse a bordar trajes regionales, como complementos a sus ingresos familiares. 

En general, el trabajo de las totoperas es poco valorado como una fuente de autoempleo y como estrategia de resistencia y sobrevivencia; no se reconoce su contribución a la economía familiar y la economía local, dejándolo como un sector abandonado y muy vulnerable, sostenido únicamente por los recursos y medios puestos por las propias mujeres. 

Desde instancias como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI, antes INPI), así como en los Planes Municipales de Desarrollo más recientes, las actividades de las totoperas han comenzado a ser mencionadas, reconocidas en sus trabajos y aportaciones. Sin embargo, esto no se traduce en cambios en las políticas o en la creación de apoyos concretos hacia las mujeres totoperas. La producción de totopos es una actividad subvalorada, pues su precio no alcanza a cubrir sus costos de producción, ni toma en consideración los efectos adversos que las mujeres pueden tener en su salud. 

Una perspectiva económica tradicional, además, prácticamente nunca considera otras dimensiones más allá del capital o la ganancia, como el que se esté produciendo un alimento biocultural; tampoco considera la perspectiva de género, el cuidado de la salud y el medio ambiente. En cambio, el enfoque de la Economía Social y Solidaria permite identificar tales atributos. 

Con el terremoto de septiembre del 2017, se pudieron apreciar sucesos en donde la elaboración del totopo fue de las pocas actividades que permitió dar cierta estabilidad a la región y a las familias. Las mujeres, aún con sus hornos destruidos o con daños, mantuvieron la elaboración de totopos, llegando a ser objeto de trueque con otros alimentos, pues la economía, así como miles de vidas en la región, también estaba fracturada. Si bien fue ampliamiente difundido la llegada de apoyos para reconstrucción por parte de gobierno federal y estatal, así como de diversas organizaciones, éstos no llegaron a todas las mujeres. Esto permitió mantener niveles de gobernanza en los que el actor fundamental fue la mujer, debido al fortalecimiento de la asociatividad entre las mujeres productoras para recuperarse y alimentar a una región con la economía fracturada, sin embargo, muy pocos grupos de mujeres sobrevivieron a esto ya que, culturalmente, ellas trabajan de manera independiente y regresaron a este origen. 

Este es precisamente uno de los retos. Mujeres de las diferente regiones del Istmo se organizaron en grupos de 5 personas mínimo, para recibir apoyos de CDI. El problema fue que los apoyos no fueron sostenibles, comenzando porque los programas o acciones de apoyo no consideraron las características del trabajo de las totoperas: que ellas trabajan a su ritmo en las horas que les son posibles por la carga de cuidados que ya tienen en sus hogares con su familia, que lo hacen de manera independiente. Eso complicó la permanencia de las acciones. 

Por un lado, esta experiencia muestra la necesidad de que cualquier acción desde los gobiernos, sean en situaciones de emergencia o no, deben estar basados en las miradas locales, en las prioridades de las personas. Por otro lado, el trabajo de fortalecimiento de la autonomía económica de las mujeres, es un área concreta que puede tener un efecto multiplicador en sus familias, y por lo tanto, en el desarrollo local. 

Es posible transitar hacia un desarrollo desde lo local, solo que se requieren procesos que generen mayor autonomía, autogestión y desarrollo de capacidades por parte de las mujeres. Necesitamos de ejercicios ciudadanos que permita un cambio de paradigmas y de estructuras mentales.