Este 8 de marzo de 2021 fue un día de muchas caras, de acciones, de cifras y datos. Pero también fue un día en el que miles de mujeres hicieron visible lo invisible, aprovechando los medios y formas que han encontrado para expresarlo.
María, socia de Piedra de la Luz. San José Tenango, Oaxaca.
Durante todo el día, desde THP compartimos cómo es que nuestras socias en la Sierra Mazateca conmemoran el Día Internacional de la Mujer. Esto nos da pistas sobre qué tenemos que hacer por y para las mujeres que viven en el campo, y que viven en un espacio en el que prácticamente no tienen voz ni voto para decidir sobre los problemas que las afectan.
Las mujeres rurales e indígenas están en el centro de nuestro quehacer, de nuestro mandato y de nuestra motivación diaria. Son las mujeres, niñas y jóvenes rurales -en el caso de México mayoritariamente indígenas-, quienes tendrían que poder expresar cómo quieren vivir en su territorio y permanecer ahí, si así lo deciden; que no se vean obligadas a abandonarlo y que tengan la capacidad de decidir sobre su futuro.
En México, 4 de cada 5 personas viven en condición de pobreza, es decir, 52.4 millones de personas y 9.3 millones en pobreza extrema.
Actualmente 1 de cada 6 mujeres en México no puede acceder a la canasta de alimentos aunque todos sus ingresos estén destinados a este fin. Se estima que en el 2021, habrá un incremento de entre 8,9 y 9,8 millones de personas que no pueden cubrir el costo de la alimentación básica debido a la crisis del Covid-19 (Coneval 2020).
En 2018, se estimó que 61 millones de mexicanos vivían con un ingreso por debajo de la línea de pobreza, por lo que bajo el escenario marcado por la crisis del covid-19, esa cifra aumentaría a más de 70 millones personas en condición de pobreza.
Según la CEPAL, México se ubicaría como el cuarto país que más aumentaría el porcentaje de personas en condición de pobreza, incluso más que el promedio de la región, y el quinto que más aumentaría en pobreza extrema entre los países de América Latina y el Caribe.
Minerva, Catalizadora en la Sierra Mazateca, Oaxaca.
Desde la mirada de The Hunger Project -El Proyecto Hambre, como nos llaman las socias y socios comunitarios-, creemos que el hambre no solo es escasez de alimentos, sino falta de democracia. Que la pobreza es la negación sistemática de la dignidad y los derechos humanos. La ruta hacia erradicar la pobreza extrema y el hambre, comienza en lo local. El desarrollo se hace desde lo local.
Nuestra apuesta está en enfocarnos en 4.7 millones de personas que viven en extrema pobreza, localizadas en el preponderadamente rurales e indígenas, que habitan en el 36% del territorio nacional. Sabemos que el 52% de la población que está en situación de pobreza extrema, son mujeres; y el 78% de quienes se encuentran en situación de pobreza son niñas, niños y adolescentes indígenas, entre 0 y 17 años. Y si no hacemos algo, las condiciones adversas en las que viven, no se modificarán.
Por eso, hablamos de contextos habilitantes. La feminización del campo, la política pública, la perspectiva de género y la justicia agraria deben ser el ancla que permite que las mujeres en el campo se desarrollen como lo han decidido. Pero si esos contextos que deben ser transformados no se modifican, no será posible.
Sabemos de la contradicción en la tenencia de la tierra, que es todo un tema para nuestras socias. Es ilógico que puedan ser el 50% de la fuerza laboral en el campo, y el 50% en la producción alimentaria, y que sean quienes están en mayor riesgo de padecer inseguridad alimentaria, de caer en una situación de pobreza o profundizar en la que se encuentran.
De las personas que cuentan con derecho reconocido en la propiedad social de la tierra, solamente el 27% corresponde a mujeres. Esto es 1.4 millones, frente a 4 millones de hombres. Además, ellas tampoco tienen acceso a agua potable. El 80% del acarreo del agua en comunidades sin acceso pleno a agua corriente, lo hacen las mujeres. Hoy 6 de cada 10 muertes prematuras de mujeres, están asociadas a enfermedades respiratorias, por contaminación del aire en sus viviendas, particularmente en hogares que dependen del carbón, leña, estiércol o residuos vegetales, como principal fuente energética.
Patricia, socia de Cerro Alto. San José Tenango, Oaxaca.
Pareciera que las necesidades de las mujeres campesinas no se ven. Cuando una mujer es invisibilizada, su comunidad entera es invisibilizada. Las mujeres que trabajan en el campo, pero bajo la figura de jornal, también existe una situación de desigualdad y riesgo, pues su acceso a empleos formales es menor.
No las estamos cuidando y protegiendo como debiera ser, ni nos estamos preocupando sobre cómo el marco legal debería habilitarlo. Y un gran paso es el acceso pleno al derecho a la tierra de las mujeres, rompiendo las normas culturales que hacen que ese acceso, no ocurra, terminando además con estructuras de discriminación hacia la mujer. Son ellas quienes quedan a cargo de la tierra y la familia tras la migración del varón, o cuando el papá decide dejarle todo al hermano mayor, Solo el 10% de créditos en el campo son concedidos a mujeres y reciben apenas el 5% de la asistencia técnica. Si las productoras y trabajadoras agrícolas tuvieran las mismas oportunidades que los hombres, sería posible alimentar a 150 millones más de personas en el mundo. Cuando ellas están en una asamblea y están sentadas hasta atrás, cuando los hombres gritan y ellas necesitan gritar más fuerte, es cuando debemos actuar.
El empoderamiento y liderazgo de las mujeres, tiene que ser reconocido. La discriminación y las violencias, el olvido por parte de los gobiernos, de muchas políticas públicas y programas sin perspectiva de género, las has dejado en el último de los pendientes.
Sabemos que la pandemia por COVID-19 se está dando en un contexto de crisis generalizada con desigualdades estructurales preexistentes; que ha afectado de manera desproporcionada a las mujeres; y de entre ellas, las mujeres rurales. No únicamente en la pérdida de fuentes de ingresos familias, sus propios empleos, sino en particular, el aumento de las cargas de cuidados en casa, aumentando los temas educativos. ¿Cómo seguir las clases a distancia y que sus hijas e hijos no pierdan el ciclo escolar, cuando por ejemplo, el español no es su primer idioma?
Todos estos síntomas que manifiestan una situación de pobreza tienen como causa a condiciones estructurales. Creemos que las estructuras de poder son una limitante; y también lo son las estructuras mentales que dejan a las mujeres en una situación de resignación. Cuando eso cambia, todas las transformaciones son posibles. Como muestra, nuestras socias quienes no participaban, y no decidían, y son ahora quienes construyeron estufas ecológicas y sistemas de captación de agua.
Este es el vehículo para entender que si cambiamos los roles en una comunidad, las mujeres ejercerán un liderazgo poderoso. Que las niñas puedan decidir sobre su cuerpo, su tierra y su territorio: mujer que decide sobre si quiere casarse o no, cuándo se quiere casar o no, también es una mujer que va a decidir sobre el futuro de su tierra y de su comunidad.
La crisis sanitaria nos ha hecho más sensibles a ciertos temas: salud, bienestar, a la intervención de las mujeres en muchos ámbitos. Esto ha puesto en el ojo público la violencia que se vive en los hogares; sobretodo ha permitido poner en la luz los problemas de género y desigualdad que no estábamos atendiendo. La agenda feminista está haciendo un enorme trabajo. Los días previos al 8 de marzo y en la conmemoración misma, nos lo han demostrado. Hay un sistema patriarcal que se tiene que caer y que estamos trabajando para que se caiga.
NIeto explica a la abuela el significado el 8 de marzo, Sierra Mazateca Oaxaca.
Finalmente, las decisiones que han tomado las mujeres y poblaciones indígenas para protegerse de la pandemia, como cerrar fronteras, muestra sus liderazgos y sus respuestas. El desarrollo se hace y se transforma desde lo local. Por ello, la recuperación post-COVID deberá ser sostenible, anclada en la visión de quienes habitan en los territorios, que sea feminista y altamente igualitaria. Necesitamos trabajar por ellas y ellos, especialmente por las niñas que transformarán México, y que no contribuyamos a perpetuar el hambre y la pobreza que aún persisten en nuestro país.
Este 8 de marzo de 2021 fue un día de muchas caras, de acciones, de cifras y datos. Pero también fue un día en el que miles de mujeres hicieron visible lo invisible, aprovechando los medios y formas que han encontrado para expresarlo.
Durante todo el día, desde THP compartimos cómo es que nuestras socias en la Sierra Mazateca conmemoran el Día Internacional de la Mujer. Esto nos da pistas sobre qué tenemos que hacer por y para las mujeres que viven en el campo, y que viven en un espacio en el que prácticamente no tienen voz ni voto para decidir sobre los problemas que las afectan.
Las mujeres rurales e indígenas están en el centro de nuestro quehacer, de nuestro mandato y de nuestra motivación diaria. Son las mujeres, niñas y jóvenes rurales -en el caso de México mayoritariamente indígenas-, quienes tendrían que poder expresar cómo quieren vivir en su territorio y permanecer ahí, si así lo deciden; que no se vean obligadas a abandonarlo y que tengan la capacidad de decidir sobre su futuro.
En México, 4 de cada 5 personas viven en condición de pobreza, es decir, 52.4 millones de personas y 9.3 millones en pobreza extrema.
Actualmente 1 de cada 6 mujeres en México no puede acceder a la canasta de alimentos aunque todos sus ingresos estén destinados a este fin. Se estima que en el 2021, habrá un incremento de entre 8,9 y 9,8 millones de personas que no pueden cubrir el costo de la alimentación básica debido a la crisis del Covid-19 (Coneval 2020).
En 2018, se estimó que 61 millones de mexicanos vivían con un ingreso por debajo de la línea de pobreza, por lo que bajo el escenario marcado por la crisis del covid-19, esa cifra aumentaría a más de 70 millones personas en condición de pobreza.
Según la CEPAL, México se ubicaría como el cuarto país que más aumentaría el porcentaje de personas en condición de pobreza, incluso más que el promedio de la región, y el quinto que más aumentaría en pobreza extrema entre los países de América Latina y el Caribe.
Desde la mirada de The Hunger Project -El Proyecto Hambre, como nos llaman las socias y socios comunitarios-, creemos que el hambre no solo es escasez de alimentos, sino falta de democracia. Que la pobreza es la negación sistemática de la dignidad y los derechos humanos. La ruta hacia erradicar la pobreza extrema y el hambre, comienza en lo local. El desarrollo se hace desde lo local.
Nuestra apuesta está en enfocarnos en 4.7 millones de personas que viven en extrema pobreza, localizadas en el preponderadamente rurales e indígenas, que habitan en el 36% del territorio nacional. Sabemos que el 52% de la población que está en situación de pobreza extrema, son mujeres; y el 78% de quienes se encuentran en situación de pobreza son niñas, niños y adolescentes indígenas, entre 0 y 17 años. Y si no hacemos algo, las condiciones adversas en las que viven, no se modificarán.
Por eso, hablamos de contextos habilitantes. La feminización del campo, la política pública, la perspectiva de género y la justicia agraria deben ser el ancla que permite que las mujeres en el campo se desarrollen como lo han decidido. Pero si esos contextos que deben ser transformados no se modifican, no será posible.
Sabemos de la contradicción en la tenencia de la tierra, que es todo un tema para nuestras socias. Es ilógico que puedan ser el 50% de la fuerza laboral en el campo, y el 50% en la producción alimentaria, y que sean quienes están en mayor riesgo de padecer inseguridad alimentaria, de caer en una situación de pobreza o profundizar en la que se encuentran.
De las personas que cuentan con derecho reconocido en la propiedad social de la tierra, solamente el 27% corresponde a mujeres. Esto es 1.4 millones, frente a 4 millones de hombres. Además, ellas tampoco tienen acceso a agua potable. El 80% del acarreo del agua en comunidades sin acceso pleno a agua corriente, lo hacen las mujeres. Hoy 6 de cada 10 muertes prematuras de mujeres, están asociadas a enfermedades respiratorias, por contaminación del aire en sus viviendas, particularmente en hogares que dependen del carbón, leña, estiércol o residuos vegetales, como principal fuente energética.
Pareciera que las necesidades de las mujeres campesinas no se ven. Cuando una mujer es invisibilizada, su comunidad entera es invisibilizada. Las mujeres que trabajan en el campo, pero bajo la figura de jornal, también existe una situación de desigualdad y riesgo, pues su acceso a empleos formales es menor.
No las estamos cuidando y protegiendo como debiera ser, ni nos estamos preocupando sobre cómo el marco legal debería habilitarlo. Y un gran paso es el acceso pleno al derecho a la tierra de las mujeres, rompiendo las normas culturales que hacen que ese acceso, no ocurra, terminando además con estructuras de discriminación hacia la mujer. Son ellas quienes quedan a cargo de la tierra y la familia tras la migración del varón, o cuando el papá decide dejarle todo al hermano mayor, Solo el 10% de créditos en el campo son concedidos a mujeres y reciben apenas el 5% de la asistencia técnica. Si las productoras y trabajadoras agrícolas tuvieran las mismas oportunidades que los hombres, sería posible alimentar a 150 millones más de personas en el mundo. Cuando ellas están en una asamblea y están sentadas hasta atrás, cuando los hombres gritan y ellas necesitan gritar más fuerte, es cuando debemos actuar.
El empoderamiento y liderazgo de las mujeres, tiene que ser reconocido. La discriminación y las violencias, el olvido por parte de los gobiernos, de muchas políticas públicas y programas sin perspectiva de género, las has dejado en el último de los pendientes.
Sabemos que la pandemia por COVID-19 se está dando en un contexto de crisis generalizada con desigualdades estructurales preexistentes; que ha afectado de manera desproporcionada a las mujeres; y de entre ellas, las mujeres rurales. No únicamente en la pérdida de fuentes de ingresos familias, sus propios empleos, sino en particular, el aumento de las cargas de cuidados en casa, aumentando los temas educativos. ¿Cómo seguir las clases a distancia y que sus hijas e hijos no pierdan el ciclo escolar, cuando por ejemplo, el español no es su primer idioma?
Todos estos síntomas que manifiestan una situación de pobreza tienen como causa a condiciones estructurales. Creemos que las estructuras de poder son una limitante; y también lo son las estructuras mentales que dejan a las mujeres en una situación de resignación. Cuando eso cambia, todas las transformaciones son posibles. Como muestra, nuestras socias quienes no participaban, y no decidían, y son ahora quienes construyeron estufas ecológicas y sistemas de captación de agua.
Este es el vehículo para entender que si cambiamos los roles en una comunidad, las mujeres ejercerán un liderazgo poderoso. Que las niñas puedan decidir sobre su cuerpo, su tierra y su territorio: mujer que decide sobre si quiere casarse o no, cuándo se quiere casar o no, también es una mujer que va a decidir sobre el futuro de su tierra y de su comunidad.
La crisis sanitaria nos ha hecho más sensibles a ciertos temas: salud, bienestar, a la intervención de las mujeres en muchos ámbitos. Esto ha puesto en el ojo público la violencia que se vive en los hogares; sobretodo ha permitido poner en la luz los problemas de género y desigualdad que no estábamos atendiendo. La agenda feminista está haciendo un enorme trabajo. Los días previos al 8 de marzo y en la conmemoración misma, nos lo han demostrado. Hay un sistema patriarcal que se tiene que caer y que estamos trabajando para que se caiga.
Finalmente, las decisiones que han tomado las mujeres y poblaciones indígenas para protegerse de la pandemia, como cerrar fronteras, muestra sus liderazgos y sus respuestas. El desarrollo se hace y se transforma desde lo local. Por ello, la recuperación post-COVID deberá ser sostenible, anclada en la visión de quienes habitan en los territorios, que sea feminista y altamente igualitaria. Necesitamos trabajar por ellas y ellos, especialmente por las niñas que transformarán México, y que no contribuyamos a perpetuar el hambre y la pobreza que aún persisten en nuestro país.
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